#SeleccionesDeDios “Artistas, locos y criminales” de Osvaldo soriano

LAUREL Y HARDY

Stan había llegado a Estados Unidos el 2 de octubre de 1912 como integrante de la troupe inglesa de Fred Karno, que iniciaba su segunda gira por ese país. Con Stan viajó Charles Chaplin, el astro del conjunto. Ambos pensaban quedarse en Norteamérica para buscar trabajo en el cine. Hasta entonces, Laurel era el suplente de Chaplin.
Charlie consiguió su primer trabajo en seis meses. Laurel tardó cinco años en ingresar en el cine. Quien luego sería “El Flaco” desplegaba todas las mañanas los diarios para saborear la fama de aquel hombrecillo talentoso que había llegado con él en un barco de ganado. Intentó saludarlo varias veces, pero Charlie no lo atendió nunca. 
Los últimos días de 1926, Stan se emocionó al saber que iba a dirigir una película. Ese gordo a quien tenía que señalar los pasos de su primera comedia tenía pasta. Era algo despreocupado, torpe y displicente, pero servía. Cuando Stan vio que volcaba el aceite, creyó morir. De pronto, todo iba a parar al demonio. Entonces corrió a ayudarlo.
De aquella idea surgió Slipping Wives, un éxito con pocos precedentes. El público se dislocó de risa ante la asombrosa plasticidad de esos hombres que destruían todo a su paso. El cataclismo se convertía de pronto en poesía, como si las leyes del mundo se alteraran de pronto y la destrucción del orden fuera, por fin, bienvenida.
Alerta, la Metro Goldwin Mayer contrató al equipo y la serie de filmes de Laurel y Hardy creció hasta ganar todos los mercados. Parecían tan sólo dos buenos payasos hasta que en 1929 filmaron Big Business, tal vez la película más cómica de la historia del cine.
En adelante, Laurel y Hardy trabajaron en los estudios buscando la perfección. Cada una de sus películas tenía el simple objetivo de hacer reír con un método inédito en Estados Unidos: la destrucción de la propiedad y la burla a la autoridad, los valores más preciados por los norteamericanos de entonces.
Stan era el cerebro de la pareja. Ollie se despreocupó de la técnica y del trabajo silencioso.  Nadie, hasta entonces, había dedicado tanto tiempo a la construcción de un gag. Sus películas parecían endemoniadas cajas chinas en las que cada vista era independiente del resto, pero a la vez le daba sentido. Stan Laurel inventó el gag. 
Hardy dijo una vez que ellos no necesitaban planes previos; bastaban las instrucciones de Stan para iniciar una toma exitosa. Ocurría que esas instrucciones eran el producto de un paciente estudio. 
Cuando la demanda del mercado y sus contratos con la Metro los obligaron a filmar largometrajes, comenzó la decadencia de Laurel y Hardy. El creciente éxito de los hermanos Marx terminó por apabullarlos. Al comenzar la guerra, Laurel y Hardy estaban terminados.
Desesperado, Ollie recordó que John Wayne había sido uno de sus amigos. “El nos ayudará”, le dijo a Stan. “Nadie te ayudará ahora”, le contestó el Flaco. Ollie concertó una cita con la secretaria de Wayne, uno de los más influyentes hombres de Hollywood, y una tarde se fue a verlo a su residencia. Ese día recibió la que tal vez sería su última humillación: el cowboy le dio un papel en una película del Oeste como actor de reparto.
En 1953, Laurel y Hardy emprendieron viaje a Gran Bretaña, en un intento por olvidar sus penurias. Darían algunas funciones en teatros rurales y el Flaco volvería a ver a su padre, un viejo comediante del teatro de Lancashire. Los viejos actores cenaron juntos y no hablaron. Un apretón de manos fue la despedida: Stan partía otra vez hacia Estados Unidos, pero ya no buscaba nada.
Un año más tarde, Ollie tuvo un par de ataques al corazón y quedó semiparalítico, postrado en una silla de ruedas hasta su muerte, el 7 de agosto de 1957.
A Stan también le falló el corazón y terminó sus días recluido en una pensión cercana a Los Angeles, recibiendo apenas la visita de sus tres alumnos, Dick van Dyke, Jerry Lewis y a veces, Danny Kaye. 
El 23 de febrero de 1965, cuando El Flaco murió, Dick Van Dyke leyó la oración fúnebre. “Stan nunca fue aplaudido por su arte porque él se cuidó muy bien de esconderlo. El sólo quería que la gente riera”.

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